Un viaje tortuoso

En un lugar muy apartado, había una cabaña rodeada, casi por completo, por montañas a excepción de un lado en el que había un rio y un puente que lo atravesaba. En la cabaña vivían cuatro amigas: Ana, Laura, Lucía y Noelia. Las cuatro llevaban mucho tiempo viviendo allí, pero nunca se habían atrevido a explorar las montañas.
                Una mañana, mientras desayunaban, Lucía decidió que saldría a explorar. Laura y Noelia estaban de acuerdo, pero a Ana no le gusto mucho la idea, aunque acompañó a sus amigas.
                Al principio el camino era una gran subida sin obstáculos, pero cuanto más subían, iba siendo mucho más costoso. Ana, que no parecía muy contenta, dijo a las demás que volvería a casa porque le dolían las rodillas, y entonces bajó rápidamente. Las demás parecían muy extrañadas, pero aun así continuaron con su expedición.
                Al cabo de unas horas consiguieron llegar arriba y desde allí pudieron ver una gran llanura unos kilómetros más allá, y también pudieron ver las otras montañas que rodeaban su cabaña. Esperaron un rato para descansar y durante ese tiempo que permanecieron en silencio pudieron observar a un grupo de ciervos que pastaban tranquilamente y  a una familia de conejos.
                Una vez hubieron descansado, continuaron con su expedición en busca de nuevos paisajes. Tras una gran bajada llegaron a un valle que unía dos de las montañas. Aquel valle estaba rodeado por un río cristalino, y ellas, sedientas, se colocaron en la orilla para beber agua. Tenían tanta sed que ni siquiera se fijaron donde ponían los pies y la tierra comenzó a desprenderse bajo los pies de Lucía que calló sin apenas tener tiempo de pedir ayuda y fue arrastrada por la corriente sin que sus amigas pudiesen evitarlo. Ellas corrieron todo lo rápido que pudieron, pero la corriente era mucho más rápida. Lucía estaba ya casi inconsciente y no podía resistirse a ser agitada y agitada bruscamente por la corriente.
                Cuando levantaron la vista para ver donde se encontraban, descubrieron que el lugar era muy familiar para ellas, ya que se trataba de su casa. Consiguieron distinguir a lo lejos el puente que unía sus dominios con el camino que las llevaba a la civilización.
                La buena suerte pareció sonreírles, cuando de repente reconocieron la figura de Ana que estaba cogiendo agua en aquel momento. Ella escucho sus gritos y escudriñó el paraje en busca de aquellas voces tan familiares, cuando observó que su amiga Lucía era arrastrada inconscientemente por la corriente. Cogió la cuerda que sujetaba el cubo del agua y ató uno de los extremos a un árbol cercano, y con el otro rodeó su cintura y se lanzó al agua para ayudar a su amiga.
                La corriente la agitaba de un lado para otro, pero ella no se rindió y consiguió agarrar a su amiga con un último esfuerzo. Cuando llegaron las demás, aferraron la cuerda y sacaron a las chicas del agua. Una vez en la orilla, intentaron reanimar a Lucía, que escupió el agua y comenzó a recuperar la consciencia.
                Cuando se encontró consciente, se agarró a sus amigas y juntas volvieron a la cabaña para descansar y recuperarse del susto. Encendieron  un gran fuego para que Ana y Lucía se secasen y no enfermasen. Ambas se encontraban tan cómodas, que no pudieron evitar quedarse dormidas, mientras, Noelia y Laura las observaban silenciosamente durante largo rato, hasta que ellas tampoco pudieron impedir quedarse dormidas.
                Después de dormir durante toda la noche, las chicas se despertaron muy reconfortadas y con ganas de desayunar. A pesar de aquel susto, Lucía seguía queriendo terminar de explorar las montañas y esta vez toda, incluyendo a Ana, compartían su opinión y tras un suculento desayuno reemprendieron la investigación. Ya habían reconocido la primera montaña pero todavía les quedaban otras dos, y no perdieron la esperanza de encontrar algo realmente increíble. Subieron la siguiente montaña con muchas ganas, sin apenas recordar el cansancio.
A mitad de camino se toparon con un gran muro natural de roca y sintieron ganas de abandonar, pero Ana no quería quedarse a medias ahora que estaba tan entusiasmada por lo que hablo con sus amigas y las convenció para que continuasen con su expedición. Ana se colocó a la cabeza y comenzó a rodear aquel muro intentando encontrar una manera de seguir subiendo. Tras mucha caminata encontraron una cueva que se había formado en la roca, y la actual guía del grupo se adentro en la gruta. Atravesaron a tientas aquel lugar y llegaron a un claro. Tras escudriñar el monte se dieron cuenta de que aquel claro presentaba un aspecto muy siniestro, pero no sabían porque. Caminaron unos metros más hacia la cima cuando de repente escucharon los matorrales gruñir y descubrieron una madriguera, en ella había una pantera con sus crías. Dejaron a los animales sin interrumpir su comportamiento pero ya era tarde, el padre de las crías la había descubierto y salió de su relajación para perseguir a las chicas como simples presas.  Ellas corrieron y corrieron, intentando perder al terrible animal, cuando algo salió disparado de los arbustos cayendo sobre la pantera. Temerosas, se acercaron para averiguar la identidad de su salvador, y descubrieron a un gran lobo blanco sobre la pantera, no la había matado pero si la dejó inconsciente. Ellas no estaban seguras si debían temer a aquel animal o abrazarlo, pero un brillo de sinceridad en los ojos del lobo les hizo convencerse de que era bueno y no les haría daño. Se acercaron a él con desconfianza y finalmente pusieron las manos en la cabeza del animal para acariciarle, en el momento que rozaron la testa del animal supieron que tendrían un compañero para todo el viaje.
Continuaron con el camino hacia la cima y el animal las siguió obedientemente. Cuando llegaron a la cima se sintieron muy aliviadas y se sentaron a descansar, el lobo se acurruco junto a ellas. Pensaron que aquel animal solo buscaba algo que conseguir de ellas, pero no era así, el lobo solo quería compañía y cariño. Noelia sacó de su mochila unas botellas de agua y algo de comida, lo repartió entre todas y comieron tranquilamente, mientras iban dando pedazos al lobo. Al terminar sonrieron satisfechas y continuaron con la exploración.
Bajaron la montaña rápidamente y se encontraron con que a mitad de camino había un gran precipicio entre ambas montañas, pero un puente de madera atravesaba aquel abismo por lo que no les fue muy difícil cruzar. Al fin habían llegado a la última montaña, que era mucho más grande que las otras y pensaron que les costaría mucho subir.
 Pero gracias a la ayuda de su nuevo amigo, aquella subida fue mucho más fácil que las anteriores ya que conocía aquellos terrenos perfectamente y les guió por el camino más corto y fácil. No encontraron ninguna dificultad, y llegaron a la cima rápidamente. La bajada también fue muy fácil y al llegar  a la cabaña pensaron que  su compañero seguiría su propio camino, pero no fue así, y el lobo continuó con ellas hacia la entrada y se encogió en la puerta cuando ellas entraron.
                Ellas le echaban de comer y lo cuidaban, y aquel animal que les pareció que solo quería comida acabó siendo su guardián y su amigo.
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El viejo de la gabardina

En un pequeño pueblo, a la orilla de la costa gallega, destacaba sobre todos un hombre anciano al que todos llamaban “el sordo”. Este hombre tenía la costumbre de quedarse mirando a ninguna parte cuando los demás le hablaban.  Solía vestir siempre de traje, en los días de calor utilizaba pantalón y camisa, pero en invierno siempre llevaba una larga gabardina cerrada por botones y si alguien le decía que se la quitara, éste respondía bruscamente que no le molestaba.
    Un día fue a comer a un elegante restaurante y en el recibidor, un empleado intentó cogerle la gabardina para colgarla, y él le dio un fuerte empujón y salió de allí sin decir una sola palabra. Una vez estuvo en la calle, comenzó a pasear sin rumbo, los que le conocían se acercaban a saludarle, pero él seguía su camino sin detenerse ni un instante.
   Los días pasaban y él seguía con su vida, que aunque el insistía en que era una vida como la de cualquiera, todos pensaban que algo extraño recorría la mente de aquel individuo. Era muy querido por los niños, a los que siempre que veía saludaba amablemente y les ofrecía un caramelo, pero si en ese encuentro el niño iba acompañado por su madre, esta lo agarraba del brazo y le impedía saludar al viejo, cosa que a él le parecía muy extraña y estúpida.
   Le encantaban todos los animales y en sus ratos libres se dedicaba a dar de comer a gatos y perros abandonados y si era necesario, los acogía en su casa para cuidarlos. Su amor hacia esas pobres criaturas era admirado por la gente, pero aún así no se creían capaces de confiar en él, seguía siendo un hombre solitario aun que en otro tiempo estuvo casado con una mujer muy hermosa que siempre le hizo feliz hasta que un desgraciado día sufrió un infarto repentino que acabó con su vida y así también con la alegría de aquel hombre.
   Al perder a su querida esposa comenzó a volverse siniestro y reservado y a partir de ese momento fue cuando comenzó su obsesión con esa gabardina. Nadie sabía explicar cuál era el secreto que escondía esa prenda, inventaron rumores que decían, entre otras cosas, que en sus bolsillos escondía tesoros o que allí guardaba el alma de su difunta esposa, pero nada de eso era cierto. Un día que paseaba por el barrio, uno de sus vecinos le preguntó cuál era la razón de que apreciara tanto esa prenda, tardó un rato en dar señales de atención pero cuando se sintió preparado comenzó a explicar, entre algunas lágrimas, que la gabardina era el último regalo que le dio su esposa. Tras aquella confesión, las personas que le rodeaban comprendieron que aquel anciano no era ningún monstruo, si no un hombre con sentimientos muy profundos hacia su esposa. Todos empezaron a confiar más en él y a respetar su decisión de no quitarse esa prenda. El hombre, al ver que otra vez confiaban en el, recobró parte de su alegría y sus ganas de vivir, pero lo que más le alegro es que las madres no apartaran a sus hijos cuando lo veían por la calle.
  Este hombre tenía algunas tierras pero su falta de alegría le había hecho que las dejara abandonadas y ahora que volvía a tener el apoyo y la ayuda de sus vecinos comenzó a trabajar de nuevo y a recolectar frutas y hortalizas para compartirlas con sus vecinos. Todos querían mucho al anciano y pasaban mucho tiempo con él para hacerle compañía e incluso le ayudaban a trabajar sus tierras.
   Ya no era un hombre solitario, ahora siempre estaba acompañado por sus vecinos y por los niños que no dejaban de ir a verle. Un día que estaba trabajando el campo con una máquina de uno de sus vecinos, descubrió un pequeño conejo herido a un lado del tractor y bajó para recogerlo, el animalito tenía una herida en una pata y sangraba un poco por el lomo, así que el hombre se dispuso a llevarlo a su casa para cuidarlo pero quiso la suerte que un descuidado pasara sin prestar atención por aquel camino atropellando al anciano y dejándolo inconsciente en el suelo. Todos se apresuraron en ayudarle y lo llevaron a su casa donde le acomodaron para que se recuperara, una vez hubo recobrado el conocimiento, miró a su alrededor y se alegró de ver allí a todos sus vecinos, con su último aliento dijo a todos ellos que su último deseo era que le enterraran con la gabardina que le regaló su esposa y tras eso murió.
  Después de la muerte de “el sordo” las personas lamentaban no haber podido pasar más tiempo con él y  haberle despreciado durante tanto tiempo ya nadie  le recordaba como un hombre solitario y reservado, si no que para ellos era aquel hombre que consiguió hacerse un hueco en el corazón de todos con su bondad y alegría.
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