El viejo de la gabardina

En un pequeño pueblo, a la orilla de la costa gallega, destacaba sobre todos un hombre anciano al que todos llamaban “el sordo”. Este hombre tenía la costumbre de quedarse mirando a ninguna parte cuando los demás le hablaban.  Solía vestir siempre de traje, en los días de calor utilizaba pantalón y camisa, pero en invierno siempre llevaba una larga gabardina cerrada por botones y si alguien le decía que se la quitara, éste respondía bruscamente que no le molestaba.
    Un día fue a comer a un elegante restaurante y en el recibidor, un empleado intentó cogerle la gabardina para colgarla, y él le dio un fuerte empujón y salió de allí sin decir una sola palabra. Una vez estuvo en la calle, comenzó a pasear sin rumbo, los que le conocían se acercaban a saludarle, pero él seguía su camino sin detenerse ni un instante.
   Los días pasaban y él seguía con su vida, que aunque el insistía en que era una vida como la de cualquiera, todos pensaban que algo extraño recorría la mente de aquel individuo. Era muy querido por los niños, a los que siempre que veía saludaba amablemente y les ofrecía un caramelo, pero si en ese encuentro el niño iba acompañado por su madre, esta lo agarraba del brazo y le impedía saludar al viejo, cosa que a él le parecía muy extraña y estúpida.
   Le encantaban todos los animales y en sus ratos libres se dedicaba a dar de comer a gatos y perros abandonados y si era necesario, los acogía en su casa para cuidarlos. Su amor hacia esas pobres criaturas era admirado por la gente, pero aún así no se creían capaces de confiar en él, seguía siendo un hombre solitario aun que en otro tiempo estuvo casado con una mujer muy hermosa que siempre le hizo feliz hasta que un desgraciado día sufrió un infarto repentino que acabó con su vida y así también con la alegría de aquel hombre.
   Al perder a su querida esposa comenzó a volverse siniestro y reservado y a partir de ese momento fue cuando comenzó su obsesión con esa gabardina. Nadie sabía explicar cuál era el secreto que escondía esa prenda, inventaron rumores que decían, entre otras cosas, que en sus bolsillos escondía tesoros o que allí guardaba el alma de su difunta esposa, pero nada de eso era cierto. Un día que paseaba por el barrio, uno de sus vecinos le preguntó cuál era la razón de que apreciara tanto esa prenda, tardó un rato en dar señales de atención pero cuando se sintió preparado comenzó a explicar, entre algunas lágrimas, que la gabardina era el último regalo que le dio su esposa. Tras aquella confesión, las personas que le rodeaban comprendieron que aquel anciano no era ningún monstruo, si no un hombre con sentimientos muy profundos hacia su esposa. Todos empezaron a confiar más en él y a respetar su decisión de no quitarse esa prenda. El hombre, al ver que otra vez confiaban en el, recobró parte de su alegría y sus ganas de vivir, pero lo que más le alegro es que las madres no apartaran a sus hijos cuando lo veían por la calle.
  Este hombre tenía algunas tierras pero su falta de alegría le había hecho que las dejara abandonadas y ahora que volvía a tener el apoyo y la ayuda de sus vecinos comenzó a trabajar de nuevo y a recolectar frutas y hortalizas para compartirlas con sus vecinos. Todos querían mucho al anciano y pasaban mucho tiempo con él para hacerle compañía e incluso le ayudaban a trabajar sus tierras.
   Ya no era un hombre solitario, ahora siempre estaba acompañado por sus vecinos y por los niños que no dejaban de ir a verle. Un día que estaba trabajando el campo con una máquina de uno de sus vecinos, descubrió un pequeño conejo herido a un lado del tractor y bajó para recogerlo, el animalito tenía una herida en una pata y sangraba un poco por el lomo, así que el hombre se dispuso a llevarlo a su casa para cuidarlo pero quiso la suerte que un descuidado pasara sin prestar atención por aquel camino atropellando al anciano y dejándolo inconsciente en el suelo. Todos se apresuraron en ayudarle y lo llevaron a su casa donde le acomodaron para que se recuperara, una vez hubo recobrado el conocimiento, miró a su alrededor y se alegró de ver allí a todos sus vecinos, con su último aliento dijo a todos ellos que su último deseo era que le enterraran con la gabardina que le regaló su esposa y tras eso murió.
  Después de la muerte de “el sordo” las personas lamentaban no haber podido pasar más tiempo con él y  haberle despreciado durante tanto tiempo ya nadie  le recordaba como un hombre solitario y reservado, si no que para ellos era aquel hombre que consiguió hacerse un hueco en el corazón de todos con su bondad y alegría.
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